Podrı́a parecer obvio para algunos, pero sé que otros me van a entender. Cuando se viene de una casa y uno pasa a vivir a un edificio aprende los códigos del ascensor. Puede parecer un poco simple, hasta quizás trivial, pero hay todo un esquema. Primero no debemos confundir lo mundano de un ascensor habitacional, funcional en un edificio de viviendas, con uno que se utiliza en los edificios comerciales o de oficinas. La gente cuando está de paseo o trabajando, se comporta correctamente, tiende a ser eso que nos resuena en algún lugar de la cabeza y que suena a ser civilizado. Los espacios de vivienda no son civilizados, o no al menos cuando son compartidos.
Un ejemplo de esto es el espacio para depositar la basura. Algunos edificios gozan de esta comodidad. Es una pequeña puerta en algún lugar del pasillo en cada uno de los pisos donde podemos depositar nuestra bolsa que fue elegantemente construı́da con aquello que comenzó como un deseable alimento, envoltorio, y hasta repositorio, para mágicamente verse convertido en aquello que llamamos basura. La conversión es casi imperceptible. Tenemos una manzana en la mano, la vamos comiendo, girando buscando la porción correcta donde efectuar nuestra mordida, sentir esos jugos deliciosos correr por nuestras comisuras y extasiar nuestras papilas gustativas. Esa manzana, esa manzana es deliciosa. Una mordida más, luego otra y de pronto, tenemos basura en nuestra mano. ¿Cómo llegó allı́? ¿Cómo es que ese ‘tronco’ de pronto es otra cosa que hasta ese momento no era? Pues allı́ lo arrojamos, en la bolsa esa, la que tiene un montón de cosas que pasaron a ser basura, cosas detestables, jugos asquerosos, ‘cosas que manchan’.
Pero esa transformación no termina allı́, estamos en casa y no soportamos ‘la bolsa’ ¿qué es eso? ¿por qué está allı́? la quiero afuera. Entonces los restos de civismo que pueden itentar mantenerse apegados a nosotros salen disparados y pensamos en sacar eso ya mismo. Bueno, mi querido habitante de edificio, usté sabe que hay reglas. La puerta porta un precioso cartel que las reza, como si un Martı́n Lutero de la pordiosidad hubiera demandado un justo tratamiento de esos deshechos, de eso que no queremos más. Es que vea usted, no podemos sacar las bolsas a las diez de la mañana si quien las recolecta, lo hará casi diez horas después. El odor, acumulado durante ese perı́odo atraerá moscas, cucarachas y otros insectos, además de, posiblemente, desangrar esos jugos detestables que mancharán el piso que el mismı́simo recolector seguramente deberá limpiar.
Entonces ponemos unas reglas:
• La basura debe colocarse en este lugar entre las 19hs y las 20hs
• Evite dejar bolsas rotas o que gotean
• No deben dejarse cajas de pizza sueltas o telgopores de electrodomésticos
• ...
Las reglas parecen absurdas, más allá del convenio del horario el resto son una enumeración de obviedades que es necesario enunciar para poder cargar la consciencia de los usuarios con suficiente culpa que impida la violación de la norma dictada por el sentido común. Pero no vengo a hablarles de basura, no, sino de un espacio no reglado, más que en su capacidad: el ascensor. El ascensor goza de ciertas libertades, aún encajonado en ese increı́ble volumen que ocupa dentro del edificio sube y baja, casi que deja que el azar elija por él qué es de su voluntad, como si no nos pasara lo mismo a nosotros. Pero la máxima libertad, es no tener reglas en un mundo reglado. El ascensor habita en un mundo de reglas y sólo dos le impactan. No se puede fumar y solo cierta cantidad de gente puede habitarlo de a momentos. Pero tampoco quiero discutir estas cosas, sino que quiero contarles que pasó ese dı́a que comprendı́ que habı́a reglas a cumplir.
Verán, luego de años de estar casado, habitar una casa con mi mujer y mis hijos, un dı́a todo terminó. No fue de pronto ni mucho menos, simplemente las cosas terminaron y yo debı́ buscar un nuevo lugar y ese lugar tenı́a la forma de un departamento. No voy a comentar los pormenores de la adaptación, pero este, este es un detalle que es necesario tocar. Vivı́a yo en una torre de catorce pisos, cada uno con cuatro departamentos. No hace falta que hagamos cuentas: era mucha gente. Habrı́an pasado unos meses de mi separación cuando una compañera de trabajo, también separada, comenzó a dejar pistas que hasta el más dormido de los lirones podrı́a husmear. Esa señora querı́a una compañı́a. Aclaremos los tantos, no era ni un nuevo marido, ni un nuevo novio ni nada. Solo un quién. Un alguien. Y yo fui ese alguien.
Luego de dos o tres consultas con la almohada decidı́ levantar una de las cartas arrojadas a la mesa y cantar truco. Verán, no es válido aquı́, como en ese juego, mentir. Si uno levanta las cartas, luego debe responder. No se juega con las emociones o necesidades de una mujer, mucho menos madura, mucho menos con una que ya se cansó de juegos y dió pista a la aventura.
Entonces antes de pensarlo bien, de acomodar el escenario y pensar que acto se desarrolları́a sobre el mismo, vı́ invitarse a la escena a la señora, reclamando espacio, solo por una noche. Nada de instalarse.
Debo reconocer que me encontré un poco nervioso, otro poco desconcertado y un bien cagado de que deberı́a hacer o suceder. Pero entonces salió el instinto en mi ayuda, no podrı́a ser tan difı́cil, yo tenı́a hasta, si querı́a explotarlo, el rol pasivo en el asunto. Sólo habı́a hecho un gesto que fue contestado. Luego las cosas avanzaron más o menos como imaginaba hasta que en un momento de la transacción no sabı́a si estaba invitando a alguien a mi casa, si estaba jugando a la seducción o si estaba comprando un auto. Pero mejor ser seguro que estarlo. Y allı́ me lancé, aceptando condiciones y propuestas que se formulaban como si fueran propias, para ser aceptadas como si fueran ajenas.
Dos gotas de perfume, quitar la ropa seca del sillón, lavar los platos en la cocina y sobre todo, tener lista la habitación. Por un momento creı́ tener todo en mis manos. Creı́ poder controlar la situación. Pero es la seguridad lo que mata, no la humedad como dicen. Es uno actuando como un galán el que tropieza hasta que el árbitro levanta el banderı́n para declararnos en orsai.
Sonó el timbre y no podrı́a estar más dispuesto, bajé los diez pisos mirándome al espejo del ascensor buscando alguna mácula, algun error, pero todo me decı́a: ‘sos un león’.
La caminata hasta la puerta me aventajaba, es fácil ver desde dentro hacia afuera peromuy difı́cil al revés. Allı́ estaba, maquillada lo justo, peinada sin esfuerzo y vestida para cualquier batalla que se presentara. Sólo pensaba en su ropa interior. La llave entró sin esfuerzo en la cerradura que con un sonido seco la despertó, giró como sorprendida y miró hacia mi, sonrió y me dijo: ”No sé que hago acá, yo no hago esto nunca”
De pronto mis sentidos se agudizaron, la luz, el sonido, el momento, todo me pertenecı́a y como un predador envalentonado, caı́ sobre mi presa con la seguridad de tenerla devorada antes de siquiera haber abierto las mandı́bulas. La saludé con un tierno beso en la mejilla, le susurré al oı́do ”Yo tampoco, estoy nervioso”que fue la única verdad presente en esa noche. Y con una mano apenas apoyada en su espalda la dirigı́ hacia el ascensor.
En ese momento, el ascensor que habı́a utilizado fue llamado y perdı́ un poco la entereza, ahora debı́amos esperar un poco la llegada del otro. Sólo cuatro pisos. Eso era. Esperar cuatro pisos. La puerta metálica reluciente se abrió e ingresamos. Sonreı́ al verla girar hacia mı́, pero pronto comprendı́ que habı́a un problema, su rostro estaba transfigurado.
El último usuario habı́a descargado los gases de su vientre al utilizar el ascensor. Su depósito, fétido, colmaba el espacio cerrado y yo solo atinaba a ver los pisos lentamente cambiar en el display. Piso dos, no aguantarı́a ni un segundo más y faltaban aún ocho pisos. Piso tres, la veı́a ponerse verde e intenar sonreı́r, como queriendo darle un lustro jocoso al evento. Piso cuatro fue donde todo pasó a mayores. Habı́a, además del olor reinante en la cabina, algún tipo de fuente que emanaba los olores, algún vestigio, alguna consciencia de un accidente, de algo no resuelto, aún presente. Simplemte no pude con mi cuerpo y vomité. Subimos ası́ hasta el décimo, encerrados en un olor nauseabundo e insoportable. Mi único tino fue ofrecerle la ducha y lavar sus ropas. De a poco la noche fue tomando otro color y pronto comencé a pensar si serı́a posible cambiar de trabajo. Tiré un colchón en el living y pasé la noche allı́, pensando si debı́a ir a la habitación y tantear un espacio. La mañana siguiente la encontré vestida con un pantalón y una remera mı́a, su cara indicaba claramente que no debı́a decir nada. Bajamos por las escaleras sin decir una palabra y al llegar a la puerta simplemente me miró y se fue. Recordé que el dı́a anterior, no habı́a sacado la basura.