miércoles, 27 de diciembre de 2017

Cuatro Estrellas








La mirada se sostuvo firme en el gorrión que intentaba desprender la miga de un pan viejo en la plaza. El frío de mañana mantenía los colores atados a las cosas, cuando llega el calor del mediodía todo se pierde y es casi imposible distinguir un verde de un amarillo, una nube blanca alta del cielo que la rodea, y el gris de los edificios se empareja tanto que parece que están limpios. 

Pensando en la evolución la mirada se concentraba en el movimiento del cuello y su eficacia con el pico para alcanzar el fin de la tarea. En ese momento, los millones de años de genes mutando y bregando por un espacio en la cadena se concentraban para mostrar su eficacia, mientras los que llevaron a formar las alas y las plumas dormían distraídos, sin poder colaborar, sin intervenir. 

La mirada interrumpió su concentración por el ruido de motor de un colectivo. Había que vovler a contextualizar, mucho tiempo mirando una sola cosa, muy concentrados. Los chicos en el borde del canil mirando los perros a través del alambre. Las hojas de los árboles bailando con el poco viento y despertando un nuevo día reinando en esa altura que nadie les discute y que a nadie más que a ellas les importa. Por el sendero pasaba gente ataviada hacia sus trabajos. Las zapatillas estaban un poco sucias, había que lavarlas. El gorrión. Ya no estaba, había huido y dejado parte del botín y del rastro para algunas palomas que se acercaban bobas y sin gracia. 

La mano sacó cuatro estrellas del bolsillo, eran bien pequeñas y fulguraban una luz que enceguecía, parecían reír en silencio. La mirada se sostuvo firme, ahora, sobre ellas. Parecían no pesar, pero de solo pensar en eso comenzaban a lacerar la piel y a vencer los músculos. Dos de ellas se acercaron y comenzaron a bailar, pronto serían dos bailarinas fusionándose, sus pesos las colapsarán y formarán un pequeño agujero negro que absorbería todo, al gorrión, su pan, los niños, el perro, el canil, las hojas y su reino, incluso, hasta la mirada. Un dedo las separó un poco y el puño se cerró de nuevo para guardarlas de nuevo en el bolsillo. 

Uno de los niños se asustó con los ladridos de un perro y comenzó a llorar, el otro lo miraba sin producir ninguna reacción en su rostro. La calle se calmó por un momento y volvió el gorrión que se llevó el pan mientras las palomas miraban. Voló tan solo tres o cuatro metros y comenzó de nuevo su tarea. El movimiento de ese cuello tiene millones de años de pulido, de perfeccionamiento, es simplemente hermoso.