La mirada se sostuvo firme en el gorrión que intentaba desprender la miga de un pan viejo en la plaza. El frío de mañana mantenía los colores atados a las cosas, cuando llega el calor del mediodía todo se pierde y es casi imposible distinguir un verde de un amarillo, una nube blanca alta del cielo que la rodea, y el gris de los edificios se empareja tanto que parece que están limpios.
Pensando en la evolución la mirada se concentraba en el movimiento del cuello y su eficacia con el pico para alcanzar el fin de la tarea. En ese momento, los millones de años de genes mutando y bregando por un espacio en la cadena se concentraban para mostrar su eficacia, mientras los que llevaron a formar las alas y las plumas dormían distraídos, sin poder colaborar, sin intervenir.
La mirada interrumpió su concentración por el ruido de motor de un colectivo. Había que vovler a contextualizar, mucho tiempo mirando una sola cosa, muy concentrados. Los chicos en el borde del canil mirando los perros a través del alambre. Las hojas de los árboles bailando con el poco viento y despertando un nuevo día reinando en esa altura que nadie les discute y que a nadie más que a ellas les importa. Por el sendero pasaba gente ataviada hacia sus trabajos. Las zapatillas estaban un poco sucias, había que lavarlas. El gorrión. Ya no estaba, había huido y dejado parte del botín y del rastro para algunas palomas que se acercaban bobas y sin gracia.
La mano sacó cuatro estrellas del bolsillo, eran bien pequeñas y fulguraban una luz que enceguecía, parecían reír en silencio. La mirada se sostuvo firme, ahora, sobre ellas. Parecían no pesar, pero de solo pensar en eso comenzaban a lacerar la piel y a vencer los músculos. Dos de ellas se acercaron y comenzaron a bailar, pronto serían dos bailarinas fusionándose, sus pesos las colapsarán y formarán un pequeño agujero negro que absorbería todo, al gorrión, su pan, los niños, el perro, el canil, las hojas y su reino, incluso, hasta la mirada. Un dedo las separó un poco y el puño se cerró de nuevo para guardarlas de nuevo en el bolsillo.
Uno de los niños se asustó con los ladridos de un perro y comenzó a llorar, el otro lo miraba sin producir ninguna reacción en su rostro. La calle se calmó por un momento y volvió el gorrión que se llevó el pan mientras las palomas miraban. Voló tan solo tres o cuatro metros y comenzó de nuevo su tarea. El movimiento de ese cuello tiene millones de años de pulido, de perfeccionamiento, es simplemente hermoso.