jueves, 3 de marzo de 2016

Cimientos



Durante siete semanas padecí el calor y la insoslayable presencia de la humedad en Joao Pessoa. A primera vista creí que sería interesante vivir un tiempo allí, parte del manual que estaba escribiendo era una traducción directa del manual de Julio Pareira, que hacía tiempo habitaba en Pessoa. Pareira trabajaba para la AmBev desde toda la vida y desde que habían comprado una cervecera en Argentina, en la cual yo trabajaba, todo lo que hacíamos se copiaba desde el manual de Brasil, incluido el manual que yo redactaba. Conocía el trabajo de Pareira, no el laboral sino el artístico ya que tenía siete u ocho obras de teatro publicadas y había leído algunas en un curso de guión que hice en Buenos Aires. Era la situación ideal, un tipo interesante, me pagaban por el viaje y conocería el norte de Brasil, un destino que siempre tuve en el horizonte. 

La historia con el pastor Pareira la voy a dejar para otro día, solo voy a decirles que tener la camisa pegada al cuerpo las veinticuatro horas, que lloviera la mitad del día por no más de diez minutos para que luego saliera el sol y a la media hora vuelta con la lluvia, me volvía loco y no me dejaba disfrutar ni de la cerveza ni de las charlas con el pastor.

Me acordé del calor y la humedad porque venía en el tren, pegoteado a mis compañeros de viaje, sintiendo el aire acondicionado congelar las 4 gotas de sudor que tenía en la coronilla mientras mi espalda se escaldaba contra una tela sintética que prometía respirar muchísimo más en los comerciales de lo que lo hacía sobre mi cuerpo. Pessoa me resultó insoportable, pero mi desagrado actual no mejoraba contra el recuerdo. 

Salí del tren abatido, no tanto en lo físico pero más en lo mental, caminé hasta la punta cercana a la barrera y dejé pasar el tren. Mientras esperaba que pasara me senté en la baranda y así me quedé incluso después de que había terminado de pasar el tren. Pensaba en el gallego hablándome sobre como aprobar cívica leyendo el contenido 10 minutos antes cuando estaba en tercer año y esperábamos un tren para Constitución. Me acordé de Clarisa en el andén con Luciana. Yo bajaba del tren y ellas esperaban el otro ramal para ir a Monte Grande. Teníamos doce o trece años. Me acordé la única vez que fui a la estación con mi abuelo y me pareció que esa tarde se parecía a aquella. Pero sin el calor. En un banco de cemento a cincuenta metros mío, sentado mirando las vías estaba el viejo. Pensé que lo estaba imaginando, pero la boina y el bastón lo delataron. Caminé lento para no romper el ensueño y me senté a su lado, miré las vías y esperé a que me salude. 

- Hola pibe ¿me estabas esperando?

- ...

Oíme bien, no es para vos hacer estas cosas. Te ví ahí sentado en la baranda y me quedé acá a ver si te ibas, pero te quedaste ahí volando. Con la cabeza digo. Yo sé que parte de lo tuyo es volar con la cabeza, pero sos un tiernito todavía y ya vas a tener tiempo de pensar, como yo. Ahora te toca hacer. ¿Qué hacías en el andén en vez de ir a tu casa? No te lo pierdas ni por un instante, si tenés a donde ir, andá, si tenés con quien estar, estate ahí aún con cara de perro. Después esas cosas se van y te queda una eternidad para pensar y venir a mirar las vías. Estas vías están desde antes de que mi padre naciera y aquí siguen, te prometo que van a seguir mucho tiempo más y vas a poder venir a mirarlas todo lo que quieras. El tiempo parece eterno pero no lo es, y en cada cosa donde lo ponés, no lo podés sacar más, se queda ahí. Si te quedás en el andén, no se lo estás dando a otra cosa. Pero no lo pienses, vos pensás mucho todo y así perdés tiempo también. Ahora me voy a ver a Mario, mientras fijate que hacés y acordate de lo de siempre: no mires más TV. 

Lo traicioné a la primera oportunidad que tuve: me lo quedé viendo mientras caminaba por el andén. Cuando ya no quedaba de él ni el recuerdo, pensaba si alguna vez estaría volando en la estación recordando sus palabras cuando ya no estuviera. Mirando el \textsc{ajp} bordado en la camisa. Seguía pensando en eso cuando una patada de algún lado me sacó de la ensoñación y me mandó para casa. Traté de no pensar más.