(Continuación de Odisea de baño I)
¿Cómo podía ser? ¿Alguien había fijado de algún modo la manija? Eran suficientes accidentes para una sola noche. Podía dejar el pis allí, hacerme el desentendido y volver a la cena. Por otro lado, había hecho mi estúpida reverencia circense y ahora todos sabían que había ido al baño.
Busqué la tapa de la mochila, ya que podía accionar el sistema de forma manual y olvidarme del asunto. La tapa no fue difícil de remover, la apoyé segura en un lugar del piso donde no pondría mis pies y accidentalmente la rompería. Había allí, entre el bidet y el inodoro, un balde de plástico. Parecía estar vacío y sopesé si era seguro guardar la tapa cerámica dentro del balde. Ésta idea no alcanzó a satisfacer mis demenciales requerimientos de seguridad y la desheché.
Es una estupidez, pero no puedo meter la mano en las mochilas de los inodoros con total confianza, me da impresión el agua allí alojada. Claro, está limpia como cualquier otra de la misma instalación, mismo no comparte de modo alguno los terruños donde se depositan los deshechos. Sin embargo, pertenece al conjunto, ya no es lo mismo. Se aplica el mismo caracter aprehensivo a beber agua del grifo. Si éste está en la cocina, no hay problema, pero si es del baño, ya me da cosa.
Hice mi esfuerzo y lentamente comencé a introducir la mano en la mochila, esperando sentir la humedad del agua en la punta de mis dedos. Rogaba que el sistema fuera el clásico palo largo con cuerda superior ya que me toparía con eso primero y no mojaría mis manos. Hay otro sistema, más moderno acaso, que se constituye con un tapón al fondo de la mochila, con una bisagra y un receptáculo posterior que queda lleno de agua de modo tal que cuando la mochila se vacía el peso del agua en el receptáculo empuja al tapón hasta cerrar el agujero permitiendo que se junte el agua para una nueva descarga. Pero claro, ese sistema tiene un inconveniente, muchas veces el hilo accionador va por el costado de la mochila, no es posible jalar de él y debe meterse la mano hasta el fondo para levantar el tapón a mano. Mi asco no tenía límites de solo pensar en esa posibilidad.
Lamenté no poder ver mi propia cara al descubrir que la mochila estaba completamente vacía. Si bien encontré el palo largo clásico, al levantarlo no oí nada correr y comprendí la presencia del balde. Debía llenarse en la bañera y ser utilizado. Seguramente la manija accionadora estaría trabada a propósito. Tomé el balde y me abrí paso hasta la bañera. Me aseguré que la llave de paso estuviera abierta para que saliera por el grifo inferior y no por la flor superior.
Mi memoria es una maldita caja selectiva. Me deja mal parado cuando alguien se planta delante mío, dice mi nombre claro y fuerte y yo no tengo la más mínima idea de quien es ésa persona o de donde la puedo conocer. Pero para recordar una charla en el baño del colegio secundario mientras fumaba con dos o tres chicos de otro año y a quienes solo conocía de vista, y traer fresco el recuerdo de uno de ellos comentando como en su casa la llave de paso que controla por donde sale el agua está al revés. Abierta, sale por la flor, cerrada, por el grifo inferior. Para eso mi memoria es una preciosa pieza de relojería que funciona sin problemas.
¿Y si sale por arriba? ¿Cuál era el problema? Puse el balde debajo del grifo, me corrí, dejé la mano en la canilla de agua fría y abrí, esperando que saliera por el grifo o tal vez que saliera por la flor. Nada de eso ocurrió. Quedé perplejo. No podía ver salir el agua pero si podría escucharla si salía por algún lado. Toqué el grifo para ver si estaba goteando, solo encontré el botón que desvía el agua al duchador de mano. Ah! La tercer alternativa. Claro, el duchador debía estar tirado en la bañera y no se oiría el agua correr, se estaría deslizando sin ruido por el fondo de la bañera. Seguí el cable metálico tanteando con mis manos, el duchador estaba en medio de la bañera, seco.
Allí estaba yo, con ambas manos apoyadas en el fondo de la bañera, sosteniendo mi peso con una y tocando el duchador con la otra cuando un estruendo me hizo volar por el aire. Podía escuchar claramente el agua salir de la flor ahora, era un chorro pequeño pero constante que caía dentro del balde, haciendo un extrañísimo ruido. Parecía golpear el cuerpo de un animal muerto.
No sé si fue que el salto me hizo golpear o volcar algo que había escapado a mis sentidos pero el baño estaba saturado de olor a vinagre de alcohol. Me olí las ropas, busqué algo que puediera estar volcado por el piso y no encontré nada. Cerré la canilla de agua fría y tomé el balde, de allí venía el olor. Pensé que tal vez había tenido el producto todo ese tiempo, pero era imposible, lo hubiera olido antes. Sin pensarlo dos veces fui hasta el inodoro y lancé el contenido del balde en el interior de la taza del inodoro. El agua subió, inició un torbellino y frenó de pronto en su frenético giro para continuar ascendiendo hasta los bordes mismos del artefacto blanco. Yo estaba incrédulo, no podía creer que el inodoro estuviera tapado y en mi distracción seguía echando agua, alimentando a la fiera.
El agua rebalsó y comenzó a correr en dirección opuesta a donde se ubicaba la rejilla de desagote. Salió por la pequeña abertura que hay debajo de la puerta y alcanzó el pasillo.