Despacio, casi sin quererlo, salía de la cama. Era casi siempre la madrugada y muchas veces me costaba encontrarme. No sabía donde estaba. Miraba a mi alrededor y la habitación me era completamente desconocida por unos segundos. Luciana estaba en la cama despatarrada, las sábanas apenas la cubrían. Poco a poco encontraba sensaciones dentro mío que me iban depositando en el lugar y volvía a sentirme propio.
Miles de veces había jurado dejar de fumar, pero en esos momentos siempre encendía un cigarrillo y hasta fumaba en los lugares que tenía prohibidos. Si hacía calor habría la ventana del balcón francés que daba a la calle y me apoyaba en la baranda vistiendo solo mis calzones y veía el cielo celeste-gris ir mudando de color sobre las copas de los árboles del parque. Era una soledad cálida, amable, me la imaginaba abrazándome toda la vida y estaba bien.
Pensaba en Hemingway, en Voltaire, en Cortázar y no veía nada de ellos en mí, quería unirme a su mundo pero no tenía idea de como entrar. Un colectivo rojo tronaba por la calle y le veía el techo plateado, con unos números gigantes que nadie veía y me preguntaba para qué podían servir.
Las cosas no estaban funcionando pero tampoco terminaban de romperse y yo era incapaz de entenderlo o aceptarlo. A veces mi cuerpo es más rápido que mi mente y no me deja dormir, no me deja hacer lo que quiero hasta que entiendo que está pasando y lo resuelvo.
¿Por qué no bastaban los paseos por el puerto? ¿Había mucho más que eso detrás de la cortina?
A la mañana me encontraba desayunando mecánicamente y pensaba mientras veía el agua del mate huir por entre las hojas húmedas.
-¿No vas a ir a jugar hoy?-Me preguntaba ella, mientras comía una tostada.
-No creo, me parece que ya no voy a ir más.
A la tarde todo cambiaba y ahí estaba con los botines puestos, las vendas en la mochila y me ponía ansioso cuando no llegaba el colectivo. Temía llegar tarde y decepcionar a mis compañeros. Me lamentaba de haber fumado, sentía que mi capacidad estaba ahora reducida a un manojo de intentos. Tenía que hacer algo.
Por la noche miraba el techo con la toalla sujeta a la cintura, recostado en la cama, sin quitarme de la cabeza que estaba humedeciendo el colchón y que no podría dormir cómodo. Seguía transpirando incluso después de bañarme y no tenía idea qué sería de mí.
Un día de los que llegaba tarde, como a las once, encontré toda la casa ordenada, olía muy bien. Fue grato llegar a ese lugar, pero a la vez sentí el puñal clavarse al darme cuenta que no tenía la disponibilidad para vivirlo a fondo, que estaba desconectado y no podría absorberlo todo. Lu estaba en la cocina sentada frente a una taza de café en la pequeña mesa bajo la ventana.
-Me voy ¿sabés? Me siento como un poco ahogada y necesito respirar, me vuelvo a lo de mis viejos, pero mañana a la noche paso.
Quise que me estallara la cabeza, volverme loco, quería que todo me importe, que me duela, que las cosas de pronto dejaran de existir y que solo ese momento fuera importante. Pero nada de eso pasó, solo pensaba en por qué habría limpiado toda la casa antes de irse. Me sentía estafado por mis propios sentimientos. En el fondo había estado esperando ese desenlace. No quería romper las cosas yo, quería que se deshicieran solas. Esa era mi ilusión, mi pequeña prisión.
Yo solo pensaba en que resolviera las cosas para no tener que hacerlo yo. No era cobardía, era una simple y llana forma de despegarme de toda responsabilidad de mí mismo. Ya no me importaba quien o cuando se tomaba una decisión. Así de pobre me había vuelto.
La noche siguiente no la esperé, ni pasé por casa. Encontré una buena opción para estar fuera hasta tarde y la tomé. Cuando regresé ni me fijé si había algo cambiado, si había una nota, o algo ausente. Solo me desperté, me preparé para salir a trabajar y me fui. Así pasé una semana con el vértigo de volver a casa y encontrarla.
Una tarde volví y no había nada de ella en el departamento. Se había ido definitivamente y volví a sentir la garganta desanudada. Una noche me asomé al balcón a fumar, se escuchaba el canto de los pájaros del parque, entraba un poco de aire caliente, la soledad se había vuelto otra cosa.