lunes, 1 de julio de 2013

Destellos

Cuatro hielos a mitad de camino. Dos o tres volutas se veían brillar y anulaban la música. Lento, el silencio colmaba los oídos y solamente se veían los torbellinos recorrer el vaso.

En la pista había dos payasos, y no me refiero a dos tipos haciendo payasadas, sino a dos payasos, pintados, con trajes de colores, bonete y botones gigantes de colores en la ropa. Uno estaba fumando marihuana y el otro bailaba de forma estúpida, impedido por sus grandes zapatos rojos.

La barra tenía un suave tono azulado que venía de dos luces de neón en la pared. Detrás de la colección de botellas se veía lo sórdida que era. Todo el conjunto abrigaba, daba sensación de hogar.

En el piso la humedad se iba juntando con las pelusas, los restos de cigarrillos, pedazos de vidrio roto de algunos vasos que fueron encontrando su final con más o menos gracia. Pero todos quisieron terminar así.

Por la puerta salía una pareja discutiendo por lo bajo. Ella le recriminaba algo a él, que solo miraba para el costado y en su mirada se veían las miles de peleas pasadas que nunca llegaron a nada, que nunca fueron por algo.

Una mesera soportaba los comentarios de los presentes en su largo recorrido desde las mesas hasta detrás de la barra. Allí la esperaba alguien a quien le comentaba algo por lo bajo y se los veía reir. No era gracia, ni felicidad, ni siquiera complicidad. Era una forma de sublimar lo insoportable, el infierno interior.

La luz de tubo del baño hacía que todo fuera tan triste que ni ganas de mear daban, pero una vez allí los hilos de orina se extendían hasta por fuera de los límites prefijados, saturando el ambiente de un olor penetrante y aborrecible.

"Mañana cuando despierte todo esto estará conmigo y ya no lo voy a soportar"

Quinto whisky, vaso limpio, hielos intactos y el licor recorriendo como una cascada hermosa la pequeña pila de agua solidificada. Otra vez la luz vivía en ellos, otra vez la música callaba y se oía el crepitar de los hielos al quebrarse. Un gradiente demasiado grande y no sé de que sirve saber eso allí, pero reconforta.

Las primeras tres notas de un riff de guitarra ultra conocido estallan en el aire y un silencio muy breve que deja flotando a todos en la pista, el vaso se eleva y sale corriendo, cargado en alto por una mano, para unirse al baile.

Un payaso está tumbado en una silla, con la cabeza echada hacia atrás, se lo ve seguir el ritmo con el zapato y un dedo de la mano. El otro está contra la pared, no se entiende si está vomitando o hablando con alguien de menor porte entre él y la pared.

En el bolsillo interno del saco hay un celular anunciando un mensaje, pero nadie lo escucha. No tiene importancia, es un mensaje que puede leerse mañana o pasado, o nunca.

Un hombre se acerca a una mujer sentada, le dice dos o tres cosas al oído y ella ríe, lo mira por primera vez y vuelve a sonreir, se miran un poco, y siguen hablandose mutuamente al oído. Él sostiene un vaso casi vacío en su mano e intenta apoyarlo en la mesa de al lado pero lo deja muy cerca del borde y cae. Ya no importa, esa mano está sobre un muslo, subiendo y bajando lentamente.

Nadie escuchó el quiebre, el rodar de los pequeños cubos esféricos por el piso, el sutil sonido del resto de la bebida comiendo la mugre del piso. Hay un bolso o una cartera muy cerca de allí, pero sale inmune del accidente, tan solo fue un testigo circunstancial.

En el vaso de la barra siguen los destellos de las luces brillando y es todo lo que  hay para rescatar. La garganta duele un poco por el humo y otro cigarrillo que cae al piso para ser pisado.

En la humedad de la calle, restos de la lluvia de la tarde, también están los destellos de las luces, pero son los cuasi estáticos restos de la luz del semáforo. Quisieran ser otros, como todos, y tener una existencia perenne.

No sale el sol aún, pero ya muchos son felices, y otros no tanto, pero el eslabón está completo y la cadena continúa, es un día más que para varios terminó.