(continuación del I)
La luz del semáforo cambió. Caía la lluvia y sobre esa plaza de Adrogué solo veía el agua reflejando las luces. Tenía un vacío como pocas veces había sentido. Era la constatación de la realidad, era sentirla entrar en mí para aceptarla. El auto no avanzó y tuve la clara sensación de no estar en él, sino en un espacio lejano, entre olas, recordando la frase:
-Lo de siempre, se la mandó, pero ahora tengo la culpa yo.
Habíamos navegado dos o tres días con viento en popa, los rumbos nos daban bien y no teníamos la más mínima duda de llegar al próximo puerto en el tiempo planeado: ocho días. Ochocientas millas hechas en ocho días, singladuras de cien millas, algún día un par más, otro día, un par menos. Cada vez estábamos más al norte, cada vez el sol pegaba más. Estábamos muy cerca del trópico y allí su camino celeste era el más elongado del año.
Miré a la planta muerta en la maceta y las tres vueltas de cabo que la rodeaban, el polaco estaba parado a su lado tomado del estay, miraba para abajo pensativo. Me habló de Helena entre los sueños una vez. Helena era en mi imaginación una mujer desconocida que lo hacía vagar como a Ulises por los mares de sus sueños. Esta vez estaba despierto pero con la mirada perdida en algún lugar de la maceta. Escuché en silencio y entendí todo, pero no dije nada.
El auto avanzó y rodeó la plaza, ahora estaba en silencio también pero no entendía nada y quise decir algo, pero las tonterías de siempre salieron de mi boca y lo dejé ser. Seguía con ese clavel en mis ojos, pensando en Tita yendo lentamente hasta el fondo del mar mientras nosotros navegábamos más al norte y usábamos el cabo para ya ni me acuerdo qué.
Hubo algunos momentos de mi vida que no tuvieron mucho sentido pero aún así calaron hondo, al principio no los enlazaba, solo los veía como cosas que escapaban a mi comprensión pero no a mi sensibilidad, los sentía, los percibía, pero no los podía entender. Ahora arriba del auto una vez más percibía uno de ellos, pero había un nexo, una conexión. Cito.
Karina hacía cuatro días que estaba ofuscada, hacía todo a rajatabla, no daba excusas, no emitía queja o sonido. Pero tampoco compartía las tertulias del atardecer, esas charlas con café instantaneo en taza de plástico, abrigándose por primera vez en el día. Empezando a pensar si ir a dormir para agarrar la guardia del medio o la primera de la noche. Pero aún era media tarde, el sol castigaba y la sombra en popa era mínima. Karina salió de la cucheta con una remera gigante y nada más, el pelo recogido y atado con un palito. Se sentó frente al timón y escarbó el último cigarrillo del paquete. Mientras fumaba jugaba con el piercing de la nariz. El polaco me miró serio, me estaba pidiendo que le dijera yo que Tita no iba a estar más en la popa. Tita no estaba más en ningún lado, pero era sagrada y no podíamos disponer de ella sin permiso.
- Che, el Polaco necesita un cabo y pensamos que mejor sacamos a Tita de ahí ¿no?
- Tirala a la mierda
-.....
Me miró a los ojos y me repitió:
- ¡Tirala a la mierda! ¿tamos?
Me senté contra el balcón de popa y empecé a buscar el nudo, que estaba reseco del salitre y el sol, le pedí al Capi su navaja y con el abrenudos empecé la tarea. Para dejar que la idea se asentara en la cabeza de Karina prendí un cigarrillo y miraba contra el sol la cruceta, hacía la tarea más larga. Allí contra la vela se veía la sombra de Cito. Hasta se veía una de sus puntas empujar contra la vela.
- ¡Che Capi! - el Capi asomó la cabeza por la escotilla y me miró - ¿No se irá a rifar la mayor con ese coso ahí?
En el instante que terminé de decir la frase me dí cuenta lo estúpido que era. Una planta contra una vela de material sintético. Pocas chances.
Llegamos a mi casa, no hacía frío aún pero por las noches bajaba un poco la temperatura. Ella se quedó parada al lado del auto mirando algo en su celular y yo empecé a abrir la puerta, para cuando había girado la llave la tenía atrás mío. Había una pequeña danza en la que siempre nos veíamos involucrados: la entrada, el ascensor, las puertas tijera, ella parada delante de la escalera y yo revolviendo las llaves para dar con las de la puerta. Luego entrar a oscuras y casi sin prender luz alguna entrar al baño. Había algo cálido en la rutina, mucho antes de la frialdad de la repetición. Me miré al espejo e intenté verme como en aquellos años, pero la verdad es que no lo recuerdo, no me reconozco ni cuando me veo en fotos. Solo tengo presente a Tita hundiéndose y el remolino que dejó en la estela cuando se zambulló.