La luz de calle teñía todo de ese amarillo al que pocas cosas pueden escapar. Desde dentro del bar, veía una rama del árbol, justo arriba del alumbrado público. Un extraño bar en un primer piso. Cosas de la modernidad.
En un pequeño hueco que una vieja rama más pequeña había dejado, crecía un clavel del aire. Tillandsia. Aprendí su nombre científico hace muchos años, frente a la costa de Brasil, mientras dejábamos caer a Tita hasta el lecho marino, desde la popa del barco, en silencio y fumando, semi desnudos, viendo la estela del barco surcar el piélago.
Mi vaso de cerveza se acabó pronto, el humo y el encierro comenzaban a molestarme, en el balconcillo estaban los chicos hablando de alguna irrealidad que los entretenía pero casi no les interesaba. Necesité un whisky, algo más fuerte que me ayudara a llegar en paz a ese recuerdo que una vez disparado, tarde o temprano se haría presente. Miré al resto y sonreí, los acompañé en sus palabras, en sus gestos. Participé de la conversación todo lo que pude sin pensar en el clavel que con sus espinas se clavaba en mis ojos y me impedía despegar. La luz amarilla contrastaba con la azul de esa tarde. No se parecían en nada y eso las acercaba más que nunca.
Había marcado un punto en la carta, era más que nada un juego, una forma de entretenerme en esos días de sol, agua y viento que se volvían malditos en la repetición y peor aún en el deseo. Eran esos días que odias vivir y por sobre todo, los odias porque pasarás el resto de tu vida deseándolos de vuelta. Salí a esconderme en la pequeña sombra que habíamos inventado sobre popa y allí estaba el polaco, cocinándose, en bermudas y con los cueros negros. Miraba la planta, mejor dicho la maceta ya que era lo único que quedaba con la tierra y un coso muerto vegetal al que podríamos llamar 'palo' saliendo de ella. La mirada tenía una consternación importante. Sin darse vuelta, al sentir que lo miraba, me dijo:
- Necesito un cabo corto y esto ya no tiene sentido.
- Pero hay que avisarle al Capi y a Karina... ¿dónde la vas a poner?
-¿Qué cosa?
- A Tita nabo, ¿de qué más estamos hablando?
-....
En ese momento apareció el Capi, había estado encanutado en una cucheta con Karina, estaba todo despeinado y medio dormido. Había hecho la última guardia y después se despertó para almorzar, pero aprovechó que el polaco y yo llevábamos el barco y dormía tranquilo.
- El polaco quiere sacar a Tita de popa
- ¿Sigue ahí? Pensé que se la habían comido las olas que tuvimos ayer a la noche. Lo que es seguro es que perdimos una colchonetita de esas rayadas, la vi como se iba flotando. ¿Hay café abierto?
- Polaco, bancá que le aviso a Karina. Capi ¿está vestida?
- Como si no la hubieras visto en bolas ya.
Hacía dos meses que estábamos navegando los cuatro. Imposible mantener la privacidad al cien por cien en esas situaciones, el barco era chico y los días de calor que no soplaba viento ni un calzón puesto podías tener.
Diego me llamó y me agarró en medio de la nada, me ofrecía cerveza pero yo ya no quería. Me fuí a la barra, me pedí un whisky y seguí pensando en Tita. De pronto me pareció que todo el bar tenía menos de veinte años y yo ya hacía más de quince que había tirado a Tita por la borda. Era una estupidez grande, pero me afectó y ni bien llegó el whisky me lo bajé de un saque. La chica que atendía no había apoyado la botella de vuelta en su lugar cuando yo ya había bajado el vaso vacío a la barra. Me miró risueña y muy por lo bajo, prometiendo no decir nada, me sirvió una medida doble y me dijo que ese me lo tomara con calma. Hay algunos ángeles que no tienen idea del bien que están haciendo cuando obran por ahí.
Volví al balconcete, miré de frente el clavel y lo comparé en el recuerdo. La planta había sido Tita desde un principio. El clavel no tenía nombre y terminó siendo Cito. Estaba en la cruceta, gigante. Lo había atado el polaco. Un día después de salir del río, frente a Uruguay, el polaco lo vió atrapado en uno de los estays de popa. Se trepó con una habilidad que solo él tiene y en el siguiente puerto lo ató con tanza a la cruceta, pegado al mástil. A medida que Cito crecía, Tita moría, perdía las hojas y se iba quedando cada vez más pelada. Parecía que el aire de mar le hacía bien a uno y mal a la otra.
El día que salimos de puerto con Cito en la cruceta, Karina estaba a las puteadas con el Capi y no sabíamos por qué. Me la acuerdo hecha un bollo, como de cuclillas, mirando el horizonte, con el saco de lana natural que tenía y el pelo atado atrás. Estaba muy enojada y el Capi iba y venía organizando la maniobra para salir del puerto como si nada pasara. El polaco y yo cruzábamos miradas y nos hacíamos gestos tratando de entender que pasaba. En un momento el Capi me pasa por adelante y le pego un golpecito en la espalda con mi puño, cuando se dió vuelta cabecié para el lado de Karina y con la cara le pregunté que pasaba. No hacía mucho que lo conocía al Capi, pero algunas de sus expresiones ya lo decían todo para mí. Sonrió solo con la boca y dejando los ojos tristes me dijo:
-Lo de siempre, se la mandó, pero ahora tengo la culpa yo.