jueves, 25 de abril de 2024

Sol Mayor

 


    Podría haber estado en la parada de colectivo horas, bueno no sé si horas pero si un buen rato. Me quedaba parado mirando ese infinito que forman los cordones de calles intentando calmar mi ansiedad, cosa que lograría si veía doblar varias calles más abajo el colectivo que me llevaría hasta lo de Marcelo, mi profesor de guitarra. 

    No tendría más que catorce años, un par de años menos que los que tiene mi hijo ahora, llevaba el pelo largo, zapatillas negras, jeans negros, remera negra y estaba parado en la esquina del barrio más tierno y dulce del mundo queriendo ser un animal metálico. 

    A esa edad podía quedarme mirando instrumentos en una vidriera sin siquiera saber si eran buenos o no, si sonarían bien y hasta en algunos casos, sin poder imaginar el género musical en el que podían ser empleados. Si me miraban fuerte y me preguntaban cuál era un bandoneon y cuál un acordeón, arriesgaba transpirando y palpitando temiendo confundirme. Quería impresionar, quería mostrar que sabía. 

    Ese día de la parada el viaje había comenzado horas antes en casa, ponía y sacaba la guitarra eléctrica de su funda unas cuatro veces cada diez minutos. La sacaba y tocaba,luego pensaba que se podía cortar una cuerda o podía romperse el cable o la correa y la volvía a guardar, soñando con el momento en que la podría usar en clase. Sería la primera vez que la llevaría a lo de mi profesor, que siempre me prestaba una Kramer que tenía con algunas modificaciones, que nunca supe cuales eran pero sospechaba de algunos injertos de plomo en el cuerpo porque pesaba una tonelada. Me resultaba cansador sostenerla en la pierna durante la clase, pero tenía un mango dulce, terriblemente dulce que dejaba deslizar los dedos con una facilidad que me provocaba querer prender fuego la criolla que había en casa, la única con la que podía practicar. 


    Cuando se acercó la hora de partir me preparé meticulosamente. Me vestí tomando con mucho cuidado los pasos con los que ejecutaba la tarea, como si la excepcionalidad del evento demandara una ejecución total y absoluta de todas las acciones que restaban por delante. Hasta había pensado como sería la frase que le pronunciaría al chofer del colectivo para pedirle mi boleto. 

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El colectivo finalmente llegó y fui a sentarme a un asiento libre que había, guardando cuidadosamente de no golpear la guitarra contra nada, sosteniéndola entre mis piernas y aprendiendo a cuidarla como nunca había logrado cuidar nada, a pesar de haberlo intentado. 

    A mitad de camino pensé que había olvidado en casa la carpeta donde guardaba las hojas pentagramadas donde mi profesor anotaba los ejercicios, acordes, progresiones o escalas. La tenía en la mochila, pero entonces habría olvidado algo más porque los nervios me estaban comiendo vivo. Solo me calme al pensar que podría mostrarle lo bien que me salía el último ejercicio que había practicado bien. 

    Pronto estuve frente a la pequeña casa y como llegué temprano, escuchaba desde la puerta al alumno que aún estaba practicando unos acordes que no lograba reconocer. Claramente era alguien más avanzado que yo y estaba aprovechando las inversiones que tanto le gustaban a Marcelo. 

    El tiempo se agotó, se dejaron de escuchar las guitarras y al corto rato la puerta del frente se abrió. Salió un chico algunos años más grande que yo, pensativo y ensimismado. Guardaba unos papeles sin el menor cuidado en una mochila que no cerraba bien y pasó a mi lado sin prestar la más mínima atención.

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    Era una linda guitarra, me dijo mi profesor. La había estado espiando en un catálogo de Ibanez que no sabía ni de donde había salido y estaba al final. El orden del catálogo era de mayor a menor categoría. En las primeras páginas estaban las mejores guitarras, las que eran modelos dedicados a guitarristas famosos o históricos de la marca, y a medida que avanzabamos por las páginas comenzaba a bajar la categoría. Mi guitarra estaba en la última página. Pero yo sabía que esa última página era mejor que muchas otras guitarras. En el catálogo la imagen de la guitarra era un azul francia profundo, con micrófonos negros y detalles en nácar. Estaba enamorado, pero el día que fuimos a comprarla solo la tenían en negro y así fue como mi guitarra fue negra y menos mal que así fue porque pronto conocí a un chico que tenía la azul y cuando la ví en vivo no me gustó. 

Ese día en la clase solo podía pensar en mi guitarra y lo linda que se veía, lo lindo que sonaba y lo liviana que era. Creo que Marcelo no me pudo enseñar nada en aquella ocasión, pero supo dejarme disfrutarla. Como seguí haciendo años luego y como sigo haciendo hoy. 

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    Pasaron muchos años de esa aventura, pero se ha elongado en el tiempo y cada vez que me cuelgo la guitarra siento que entrecruzo mis dedos con ese otro yo que tenía catorce años y que la plástica del tiempo es otra, más electrica, más continua. 

    Hay pocas cosas que perduraron en el tiempo como esa, todas son hermosas y algunas otras que no duraron tanto, también lo fueron y lo son en mi recuerdo. Me hace feliz pensar que todos los días domino un poquito más el instrumento y aunque esté muy lejos de ser bueno, si creo que dejé de ser sordo, o un poco al menos. 

jueves, 18 de abril de 2024

Tóner

 


    Priming the pump fue la frase que escuché, que leí en realidad, hace muchos  años cómo explicación al bloqueo para escribir. Una bomba de agua manual necesita que una sección del caño que desciende esté llena de agua, en su circuito, bombear en vacío no surte efecto ya que la mecánica de la bomba requiere que se cumpla una cierta condición inicial. Entonces esa frase hace alusión al acto de preparar las condiciones para comenzar una operación, ya que sin esas condiciones cumplidas no es posible hacer funcionar el mecanismo. 

    Para escribir, algunos de nosotros al menos,  precisamos inicializar la bomba, que puede ser cualquier cosa, pero una vez que bombeamos las primeras líneas, las siguientes comienzan a fluir, y claro, cómo todo mecanismo, funciona mejor con el uso frecuente, si se lo deja quieto por mucho tiempo, cuesta más la inicialización. 

    Priming the pump, me gusta la frase, la entiendo, la creo, la respeto. 

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    Ahiro levantó la hoja de la impresora, miró el tóner depositado y aún caliente en la hoja, sintió su olor que ascendía hasta sus fosas nasales atravesando el aire filtrado de la oficina y se preguntó cómo era el proceso que permitía que unas partículas de tinta seca se depositaran sobre el papel, lo abrazaran y se
unieran a él de tal modo que ya no se pudieran soltar. Miró el papel durante unos segundos, que no llegaron a un minuto, pero eran suficientes para llamar la atención.

    Miró distraídamente a su alrededor para saber si alguien lo estaba observando, pero se acordó que en ese piso nadie le importaba a nadie, lo que genera que rara vez alguien preste atención a lo que uno hace. Mismo aunque un par de ojos estuvieran apuntados en su dirección, no lo estarían observando. Learning new skills: regarding the void in your path era el libro que había terminado de leer hacía unos meses, donde el autor explicaba con términos cómo ...in your general direction... o ...the void is everywhere even though it doesn't exists... la idea de estar presente en un lugar sin llenarlo, sin estar, generando un vacío. Ahiro pensó en su perfil de Instragram

    Volvió a mirar la hoja que había tomado de la impresora, pero esta vez no observó el vacío de la hoja, ni el tóner, ni la fibra del papel, sino el sentido que tenían las lineas dibujadas que formaban letras, que a su vez formaban palabras, que a su vez formaban oraciones, que componían párrafos, que describían el perfil de la persona que se postulaba para el puesto. Ese puesto que no existía, pero la persona pretendía, que la empresa ofrecía y que el proceso marcaba cómo necesario pero que él y todos los otros sabían que no existía, ya que no era una cosa, era un vacío compuesto. 

    Sentado en su escritorio continuó escrutando la hoja de papel, precisaba sintonizar una de sus representaciones, no cualquiera. Necesitaba ver la hoja e interpretarla cómo una hoja de vida, o un Curriculum Vitae cómo lo llamaban allí. Curriculum Vitae significa algo así cómo carrera o recorrido de la vida. Nada de todo eso tenía sentido. Se llama Sofía, tiene una cierta edad adecuada para el puesto, tiene formación en el puesto pero no sabemos si entiende eso en lo que se formó o si puede utilizarlo. Sabe hablar algunos idiomas, no son requeridos pero se puede utilizar cómo parámetro de sus capacidades. Realizó uno o dos trabajos que nada tienen que ver con este pero demuestran ciertas aptitudes. Hay una zona del papel que es levemente más oscura que el resto, papel reciclado. El tóner quedó un poco claro a lo largo de una linea vertical, el cartucho debe tener problemas, o tal vez se está acabando, dicen que hay que sacudirlo cada tanto. 

    Ahiro levantó la vista y pensó que debía concentrarse en esa porción de vacío, en el que tiene por delante pero le escapa, no en el otro vacío que lo persigue y lo envuelve, lo acosa, lo atormenta. Bajó la vista y vió el papel nuevamente, pero al igual que la última vez no era una hoja de vida, eran garabatos sin sentido, eran partículas de polvo prolijamente depositadas en la hoja por medio de una tecnología avanzada que pocos de los usuarios comprendían. Incluye láser, polarización de elementos, transferencia por calor y mecanismos de empuje coordinados. Todo para dibujar una hoja, un papel, para describir otro vacío sin sentido ni poder describir a una persona, para ocupar un puesto, un lugar en el otro vacío. Volvió a levantar la mirada y se topó con la tela gris de su cubículo, le daba paz, era uniforme y tranquila.





jueves, 11 de abril de 2024

Actividades

 


 
    Estaba en la playa, mirando el primer pliegue de mi panza, sintiéndome bien con mi pelo, que acababa de cortar. La camisa era nueva, estilo retro y la llevaba sin abotonar, caía a mis lados y su pálido crema pincelado con  palmeras contrastaba con mi bermuda naranja. Me miraba los rollos, miraba la camisa, 
miraba mis manos. 

    Alcé la vista buscando un poco de refugio, el paisaje era inmejorable, Ipanema es una de las mejores playas de Río y fuera de temporada hay muy poca gente a pesar de que el clima está tan rico. 

    Mi mirada abarcaba el cielo y el mar, las nubes en el horizonte, el morro Dois Irmãos y mi vaso a medio llenar de caipirinha. Me sentí un estúpido. Pensé en volver al hotel y simplemente echarme en la cama hasta la noche, bajar a cenar solo al restaurante de la esquina cómo había hecho las últimas noches y esperar al momento que se me durmieran los labios con el alcohol. Luego conversaría con los mozos y los escucharía darme su felicitación por mi portugués, los escucharía melosos decir  que a pesar de mi sotaque se me entendía muy bien. Y nada de todo eso me generaría  la más mínima emoción. 

    Mi itinerario sería el mismo de los días anteriores: del restaurante directo a la barra del bar del hotel, pedir dos o tres tragos mientras escuchaba a un perfecto pianista tocar sin emoción el  repertorio de bosa nova que le demandaba el hotel y cuando ya no pudiera más volver arrastrado a mi habitación, ducharme y dormir hasta el mediodía, momento en el que bajaría con mi camisa, mi traje de baño, mi sombrero y mis lentes de sol para caminar descalzo por las calles hasta llegar a la playa y volver a repetir el ciclo. Sentía que estaba cómo entrenado para eso, para repetir el ciclo, esperando que algo extraordinario suceda. Nunca sucede.

    Estaba a punto de convencerme que otro atardecer en Ipanema no tenía nada para ofrecerme cuando vino hasta mi, Daniela. Se sentó a mi lado al igual que días atrás y destapó una cerveza que tenía en la mano. En silencio, nos quedamos mirando las olas y el sol bajar. 

    Había un pequeño resquicio de felicidad en esos actos. Yo estaba condenado al más allá de todo, ya no había estímulo que me generara el más mínimo interés, pero debo decir que el pequeño vertigo que me generaba su presencia era una molestia muy gratificante. 

    En la segunda o tercera semana de estar ejecutando mi ciclo de forma impoluta, en ocasión en que tenía una pequeña caja térmica con latas de cerveza, se acercó Daniela y me pidió una de ellas con una sonrisa encandilante. Tiene esa forma de reirse hasta con los ojos tan propia de algunas mujeres. Tomé una lata y sin mirarla se la extendí, mientras le decía que no hacía falta ninguna mímica, la respuesta sería``si o no'' solo dependiendo de mis ganas de tomar y la cantidad restante. 

    Durante  cuatro tardes siguió repitiendo su rito, llegaba, posaba, sonreía, me pedía que le convidara de lo que estaba bebiendo y luego de un rato simplemente se marchaba. La cuarta ocasión fue distinta, se sentó luego de recibir su cerveza y comenzó a hablarme sin esperar que la escuchara, sin esperar a que le respondiera. Me contó que se llamaba Daniela, que hacía veinte años vivía en Río y que no recordaba cómo había llegado. Dijo que todos los hombres eran unos imbéciles y fue en ese momento cuando le dirijí mi primera mirada. Se disculpó e hizo un gesto con la lata, cómo para no quedar desagradecida y luego simplemente se quedó callada. Yo solo dije que la entendía y seguí bebiendo de mi lata. Luego de eso estuvo varios días sin aparecer. 

    El día en que volvió, lo hizo con tres o cuatro de esas botellas pequeñas, se quedó con una y depositó las restantes en mi cajita térmica. Bebió en silencio y con la mirada en el horizonte, cerca del sol. Fue la primera vez que la miré profundamente, escrutando las marcas en su cara, en los ojos, las lineas de su nariz, los poros, lo hermoso de sus oscuros ojos, la forma lenta que tenía de parpadear. Me imaginé la cantidad de hombres que perdieron la razón por culpa de esta mujer pero no pude ver el rastro de ninguno de ellos en su expresión. Cuando se movió para tomar otra botella de cerveza le conté por qué estaba allí, en cinco palabras. Se quedó inmovil con la mano sobre el cuello de la botella y luego de dos o tres parpadeos, sin cambiar la expresión de su rostro, simplemente asintió, tomó la cerveza y luego de destaparla se dedicó a beber en silencio. Así nos quedamos hasta que el sol desapareció. Se levantó un momento después y mientras sacudía la arena de sus ropas y su cuerpo, me agradeció por estar allí y me miró. Supe que se estaba despidiendo. 

    Esa noche volví al hotel, junté las cosas y dejé todo preparado para irme al otro día. No cené, no salí, no hablé. El día siguiente por la tarde, subí al asiento trasero de un auto que me llevaría al aeropuerto. Mientras recorría los caminos de cemento y pintura, me imaginé sentado en la playa cómo había estado todos los días. Como todos los días llegaba Daniela, pero ese día hablábamos y llorábamos, nos reíamos y nos amábamos, para después volver a ser dos perfectos desconocidos. 

    El avión despegó puntual y cuando viró pude ver el Pão de Açucar, vi el teleférico surcar el aire, parecía que volaba, cómo si los cables no estuvieran. Pero estaban.  

    Nunca me subí. 

jueves, 4 de abril de 2024

Abaco

 


    Diana caminaba por la vereda de la farmacia, hacía treinta y ocho años que vivia ahí, pero el calor de la masa de cemento y ladrillo seguía sorprendiéndola con el calor agobiante que despedía a la tarde. A veces pensaba que de quedar ciega podría reconocer esa esquina tan solo por la energía que emanaba, mismo en el frío del invierno. 

    En la vidriera del negocio de al lado, una agencia de turismo, leyó un cartel que mostraba a una mujer de anteojos muy moderna, con un tailleur azul oscuro y una camisa blanquísima, el pelo atado y cara de concentración. A un lado la imagen transicionaba a la misma mujer en traje de baño en una playa Siciliana, con el pelo suelto y una gran sonrisa bajos los grandes lentes oscuros que tapaban  buena parte de su cara pero nada de su expresión de felicidad. La transición de imágenes estaba acentuada por la palabra oppure, que Diana no supo interpretar porque no conocía el italiano. Pero si algunas frases de nessum dorma y allí se fue tarareando la canción de Turandot. 

    Entró al vestíbulo de la casa y se quitó los zapatos, se agitó la remera para ventilarse el cuerpo caliente y recitaba a viva voz:

    - Delgua note, tramontana estele... al alba vinchero!!

    Su abuela se asomó desde el arcada que formaba la escalera al cruzar el vestíbulo y daba paso a la cocina y amablemente, sin dejar de sonreirle le dijo:

   - Dilegua o notte, tramontate stelle, tramontate stelle, all'alba vincero... ¿Era eso lo que cantabas? Creía que lo tuyo era Iron Maiden, no Puccini.

    Diana se quedó meditando sobre esto último mientras buscaba una silla en la mesa del comedor, almorzar en casa de la abuela una vez por semana no se había interrumpido nunca, ni cuando se casó ni cuando se divorció. Claro que cuando se casó se mudó solo a dos cuadras y luego del divorcio volvió a la casa de sus padres, ya vacía después del accidente. La abuela no la había abandonado nunca, ni en la presencia, ni el espíritu. Diana no sabía si había otras formas de abandono, pero en todo caso su abuela no la había abandonado de ningún modo. Diana sabía que su abuela tenía otros nietos, pero también sabía, o creía saber, que ellas dos tenían un vínculo especial. 

    Era cierto lo de Maiden pero ¿por qué una cosa quitaría la otra? La banda británica tiene por autor en sus letras a alguien que no teme recurrir a los clásicos y eso produce canciones como Flight of the Icarus o Rime of the ancient mariner a la cual no sé cómo reaccionaría Coleridge si la pudiera escuchar, pero vamos, que linda canción. 

    Mientras esperaba que su abuela viniera con la fuente de comida a la mesa, tomó un album de fotos que estaba sobre ella y comenzó a recorrer esas gruesísimas hojas acartonadas que sostenían las fotos, separadas por papel manteca. Había fotos de su primo Luca bebé con el nonno Massimo y otra de Guillermina cuando era joven, sola bajo un sol terrible, en la plaza de la estación, que en esa época no era más que un desierto prolijo, con proyectos de árbol que eran solo palitos. Los ojos de Guillermina penetraban en la foto del mismo modo en que la habían recibido cuando sonreía bajo la arcada y amorosamente recitarle la letra de Nessun Dorma en italiano, idioma que ella misma tuvo que aprender para hablar con la familia de Massimo. En la siguiente hoja estaba Diana siendo bebé, con sus padres jovensísimos. Su padre tenía  una sonrisa que ella había visto pocas veces en vivo, el pelo morocho y tupido y la cara limpia, sin barba ni bigote. Había visto esa foto miles de veces, pero cada vez que se topaba con ella volvía a sentir el vacío por el que caía, un vacío repentino y fresco, como si se rompiera una rama debajo de nuestros pies al estar trepados a un árbol. 

    Los fideos estaban listos, fueron servidos en una fuente, bañados en tucco y bombardeados de pequeñas albondigas que podían comerse de a dos o a tres a la vez. El olor del tucco de Guillermina era siempre increíble y para Diana esa era la mejor pasta que había en el planeta, a pesar de que sabía bien que no podía ser cierto porque el nonno toda la vida le había dicho a Guillermina: `tal vez la próxima finalmente lo logres' antes de comer el plato que tenía por delante como si fuera la mayor de las delicias.  

    Lentamente mientras Diana comía los fideos con paciencia y dedicación, observó el silencio entre ella y Guillermina, entendió que aquello no era un vacío, una falta de algo, sino que era parte de ese juego que había en la vida. Recordaba como el Magister Ludi podía atravesar una partitura musical con un análisis matemático que derivaría en una estrategía del ajedrez que sería comparable con un Haiku que luego nos dejaría reflexionando sobre nuestra vida. Siempre le había atraído la idea de poder hacer algo semejante, desde su adolescencia, y entonces todo: Puccini, Maiden, los fideos, los silencios y el calor que salía de las paredes, estarían relacionados entre sí, aunque sea por la más abtracta de sus formas, la forma que tomaba ella mientras masticaba las albóndigas. 

    - ¿Querés un poco de vino?

   - No Guille, ahora en un ratito tengo una reunión de trabajo y me voy a quedar dormida frente al monitor. Gracias. 

    La tarde dió paso a la noche, pero ni aún así refrescó. 

viernes, 29 de marzo de 2024

Susurros

 


Es la cuarta vez que escribo el título y dejo que me signe. No todo acto es político, no todo hambre es el mismo. 

No sé que quiero decir con eso pero ya lo escribí varias veces, evidentemente es algo que quiere vivir a través de mi de algún modo. 

Escuchaba como entrevistaban a un escritor, lo escuché en la radio en un idioma que no manejo muy bien así que puede que haya entendido cualquier cosa, pero básicamente el entrevistador (me parece la mejor manera de clasificarlo, periodista es otra cosa; el otro apelativo podría ser conductor pero la verdad es que no me queda claro qué conducen, algunos realmente hacen el trabajo de llevar la emisión de un lugar a otro y elegir el rumbo, entiendo en ese caso el calificativo, pero simplemente llamar así a alguien que está detrás de un micrófono me resulta inadecuado) le hacía la pregunta que todos los escritores escuchan en algún momento, ya sea de un lector, de un pariente o de un emisario mediático: ¿cómo se te ocurren las cosas que escribís?¿son siempre cosas que te pasaron a vos? Lo cual sólo deja en evidencia la falta de reflexión de quien ejecutó la pregunta. El escritor no está contando lo que le pasó entre que se despertó, tomó un baño y desayunó. Está contando algo que le dictan. ¿Quién se lo dicta? Vaya uno a saber, pero de ahí sale. Claro que hay oficio, si uno tiene el oficio de escribir, de aprender a escuchar ese susurro y trasladarlo a palabras, a frases, a historias que toman esos susurros y los compaginan, los arman, puede escribir y creo que ese es el escritor. Algunos tienen la capacidad y desarrollaron la habilidad de escuchar un susurro muy débil para llevarlo a la vida, hacerlo crecer y darle toda una dimensión que ni el susurro mismo creía tener. 

Están los sordos, como en todos lados, a veces repiten en voz alta sin darse cuenta lo que les dijo el susurro. Es terriblemente fantástico, pero así como llegó se marcha, no llega a las páginas, a los párrafos, no toma forma ni de cuento ni novela ni de nada. Simplemente lo sintonizó el vehículo equivocado. 

Voy a dejar una analogía con el fulbol (no lo escribí mal, es una analogía con el fulbol) En el fulbol tenemos miles de artistas y a pesar de que las pasiones nos arrastran a terrenos irracionales y emocionales que nos ciegan y no nos dejan ver la belleza, es fácil ver como un jugador sintonizó el susurro y ejecutó a la perfección. 

Por ejemplo si uno es argentino y piensa en el zapallazo de Pavard del 2018, que es una obra de arte hasta en como gira la pelota lentamente sobre su eje mientras recorre su, para los de este lado del asunto, fatídica trajectoria. Ese golpe es tan bello que resulta imposible no mirarlo y con todo el dolor decir que golazo. Así como los cinco toques que componen el mejor gol en las finales del mundo seguramente son durísimos de apreciar por los franceses. 

Pero lo que quiero decir es que estos artistas tienen oficio, uno toma a los jugadores que participan de un mundial y aunque tome al peor jugador del peor equipo, si uno lo ve bajar la pelota y dejarla pegadita al pié, no se sorprende. Ese jugador ademas de escuchar el susurro que le explica lo que tiene que hacer, entrenó su habilidad para lograrlo, cosa que logra raras veces. Uno luego tiene a los Messi, a los Ronaldo, a los Neymar y no entiende no solo los susurros que escuchan sino que no puede creer que tengan la habilidad de ejecutarlo. Y ahí el arte es otro. 

Ahora, nadie le pregunta a estos jugadores ¿Cómo se te ocurrió gambetear esos cinco tipos y pegarle cruzado? Porque incluso cualquier persona ajena al deporte sabe que las cosas no suceden de esa manera. 

Entonces ¿por qué le preguntamos a los artistas de otras disciplinas de donde sacan sus ideas?¿Es debido a que no se comprende que simplemente los artistas toman su sintonizador de susurros y luego ejecutan según las habilidades de su oficio? Hubiera creído que era más simple la cosa, más directa, mejor entendida, pero creo que no. 

Existe otra posibilidad y es que haya entendido todo mal y efectivamente haya allí un proceso, una metodología, un camino trazado que se aprende a transitar. Pero no lo creo. 

Planeo escribir una vez por semana. Ya lo hice el año pasado pero solo para mí, aunque algunas veces publiqué lo que escribía. Esta vez lo dejo acá para exponerme e intentar de ese modo forzarme a no desatender el susurro y de a poco, aprender el oficio. También espero que quien me lea entienda que no necesariamente lo que escribo es algo que me pasó o me pasa. Aunque si esto termina conmigo esuchando esa pregunta en un programa de radio, no me voy a quejar.